19 de julio de 2012 12:15:58
CUENTO
Aquella mañana de primeros de junio, decidí ir de excursión al monte; metí en una bolsa de plástico un par de calcetines limpios y una toalla; en otra bolsa un bocadillo de jamón, una manzana y una botella de agua. Saqué mi mochila e introduje en ella las bolsas. Así mismo decidí dejarme llevar hacia cualquier lugar sin haber proyectado con anterioridad ruta alguna. Viajé en mi coche hasta Biescas, allí aparqué, me calcé las botas de montaña, me cargué mi mochila a la espalda y tomé una senda que me llevó hasta pequeños pueblos preciosos en ellos la naturaleza armonizaba con los edificios de piedra y el silencio roto por el canto de los pájaros que me envolvía; los campos de florecillas silvestres acogían a gran variedad de insectos, pero las mariposas me seducían y detuve mi paso para contemplar su vuelo.
Después de caminar un par de horas, di con un pueblo abandonado tres casas en ruinas de las que algunos muros permanecían, la torre de la pequeña iglesia se mantenía en pie firme, entre zarzas y malezas, al lado, el cementerio y allí dos tumbas con una cruz de hierro, oxidadas por el paso de los años; pensé: aquí no quedan ni los muertos. Caminé monte arriba, y al llegar a una pequeña explanada por la que discurría un río, me senté a la orilla, comí mi merienda y me adormilé con el ronroneo de las aguas y el canto de los pajarillos que iban y venían picoteando algunas miguitas de pan que se escapaban de mi bocata, con alegría y rapidez revoloteaban de árbol en árbol. Un poco más alejados de mí, matorrales y arbustos de tomillo y romero, acogían a cientos de abejas que libaban el néctar de las flores para fabricar la rica miel. Tuve la sensación de estar sentada en primera fila del mayor y mejor anfiteatro del mundo, escuchando un sublime concierto. De pronto me pareció que se colaba un sonido diferente, era una música suave, puse atención pero la música dejó de sonar, los párpados me pesaban y como una espesa cortina cubrieron nuevamente mis pupilas, volví a escuchar la misma melodía pero no quise abrir los ojos, permanecí inmóvil, cada vez se escuchaba con mayor nitidez, tan claro la percibía que el corazón empezó a latirme con una emoción incontrolable, pude reconocer el sonido de la flauta, tocaba una danza pastoril, sentía curiosidad y quería abrir los ojos, pero temía que al abrirlos todo aquel encanto se esfumara, permanecí quieta, sentí un cosquilleo en mi brazo, me sobresalté, pensé que algún insecto se habría posado sobre él, pero no fue así, del cosquilleo pasó a unos golpecitos, primero suaves, pero poco a poco fueron mas fuertes, eran como cuando te dan con una goma estirada y dejan escapar para que te golpee produciendo una mezcla de picor y escozor, abrí los ojos, allí no había nadie, la música seguía sonando, me levanté y pregunté. ¿Quién anda ahí? No hubo respuesta, me sentí ridícula, el miedo se fue haciendo hueco en mi cuerpo, miré a todas partes, volví a decir: ¿Hay alguien ahí? Si intentas asustarme ya lo has conseguido, así pues no tiene ningún sentido que te escondas. Pero no se oía voz humana por ninguna parte, la música seguía sonando, recogí mi mochila del suelo, me la eché a la espalda y volví hasta el principio de la explanada, seguí por un camino estrecho y empinado; cada vez se oía más la música, estaba intrigada, sin saber cómo, como si algo me empujara hacia dentro del bosque, allí me vi envuelta entre pinos y música, de pronto no sabía por donde continuar y me vi como en un circulo del que no podía salir, paró de sonar la flauta y en su lugar se oyó una voz que decía:
Una tarde de primavera,
en el monte, guardando mi rebaño,
una tormenta me amenazó,
me cobijé bajo un árbol
y un rayo maldito me mató
dejando mi cuerpo calcinado.
Nadie encontró mi cuerpo
Ni mis padres ni mis hermanos,
Y aquí permanezco solo,
Tristemente vagando.
No hubo rezos por mi alma,
Ni tuve entierro cristiano,
-Mi madre murió de pena,
mi padre ahogado en llanto
mis hermanos enfadados con Dios,
ellos… tampoco rezaron,
y mi alma está cansada
de estar siempre vagando.
-¿Y las cruces del cementerio…? Pregunté.
-Son las de mis antepasados.
En esos momentos entendí, lo que aquella alma me pedía, busqué dos palos, saqué de mi bolsillo mi cuchillo de monte, los pelé, les hice punta en los extremos y con hierbas até un palo con otro formando una cruz, con la punta del cuchillo gravé: D.E.P. Me arrodillé, y clave la cruz en el suelo junto a un pino, en el tronco del pino grave con mi cuchillo: POR UN ALMA ERRANTE. Recé un Padre nuestro, me levante y emprendí el camino de vuelta con la sensación de haber hecho una buena obra, aunque seguía sin entender nada. Baje rápida hasta Biescas, llegué hasta el coche y cuando lo iba a poner en marcha, al colocar el espejo retrovisor vi en el asiento de atrás algo que brillaba, salí del coche, abrí la puerta trasera y cuando miré de que era ese brillo me quedé impresionada, ¡Era una flauta! ¡Una flauta! ¿Cómo llegó hasta allí? Nunca lo supe, aunque lo supuse, el caso es que desde aquel día, toco la flauta y al hacer escalas suena la danza pastoril.
Fin
Mª Carmen Díaz Maestre.
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