lunes, 9 de julio de 2012

LAS FIESTAS DE LOS TOROS EN LOS SESENTA.

Recuerdo aquellos años de los 60, mejor 67-70, yo estaba en plena adolescencia, en el pueblo se esperaban las fiestas de los toros como agua de mayo, los labradores habían recogido ya su cosecha y estas fiestas era una forma de celebrar el fin de unas jornadas duras durante todo un año. Por aquel entonces se vivían de forma muy diferente a como se viven ahora, no voy a decir que mejor ni peor, solo diferente.
Empezábamos el día con las tareas cotidianas, nosotros siempre teníamos que realizar algunas tareas, por ejemplo había que ir a ordeñas las cabras, después   desayunábamos con churros o dulces caseros, a las once de la   mañana  íbamos a misa y después a tomar el vermú, las madres se quedaban en casa preparando la comida, a las tres comíamos, a las cuatro a tomar café y escuchar el concierto en el casino o en el salón de baile de Gallina, a las seis los toros; los hombres preparaban de antemano unos rehiletes, esto consistía en un cucurucho de papel y en la punta una púa de acero fina, que al tirarlo desde cierta distancia sobre el toro se le clavaba, otros eran un trozo de palo con la púa de acero, era diferente sistema pero el mismo objetivo, lanzarlo contra el animal, otros hombres preparaban garrochas para picarle desde la barrera. 
En los años sesenta, las plazas se construían con gruesos maderos, se hacían los tablaos en los que la gente se llevaban sus propios asientos para estar cómodas. Solamente se lidiaba un toro, los hombres de diferentes edades corrían delante de él provocando en muchas  ocasiones los gritos de las madres, mujeres, hermanas o novias que les veían desde lo alto,  la lidia era lenta y cruel, al final  cuando el animal ya no podía correr le amaromaban  y se le clavaba la puntilla. También eran toreados por los maletillas, estos solían ser chicos muy jóvenes aficionados al mundo de los toros y con sueños de llegar a ser grades figuras del toreo como Manuel Benitez "El Cordobés", José Baez "El Litri", Diego Puerta, Paco Camino, y otros grandes de la época. Estos cuando acababan de hacer alguna faena daban la vuelta al ruedo con el capote extendido para que la gente le echaran algunas monedas para poder comprarse después unos bocadillos. (Algunas muchachas se enamorisqueaban de estos chicos con la consecuencia de recibir en sus casas una buena reprimenda, los padres y las madres vigilaban a las hijas sobre todo si eran menores de veintiún anos). 
Después del toro se volvía a casa a merendar, después al baile o por los bares, algunas personas se emborrachaban pero por regla general la juventud simplemente se ponían algo contentos, rara vez hubo comas etílicos. Los padres y madres llevaban a sus niños a montar en las voladoras o en las barquitas del tio Pepito, (decíamos a los patitos, porque la barca llevaba en cada extremo la cabeza de un pato). 
Había dos sesiones de baile, antes de cena y después de cena. 
A lo largo de la calle y en la plaza había casetas de tiros, tómbolas y algún puesto de juguetes y de turrones y frutas escarchadas.
En los años sesenta empezó la revolución musical, se pusieron de moda grupos o conjuntos imitando a los inolvidables Beatles y otros grupos extranjeros, en España aparecieron Los Bravos, los Mustan, El Dúo Dinámico... y otros cantantes solistas como Miguel Ríos, Juan Manuel Serrat, Victor Manuel, Ana  Belén, Carina, y otros muchos y muchas.
Realmente lo pasábamos bien con tan poquita cosa, en el pueblo se veía el ir y venir de la gente, había  animación y eso gustaba, ya que después en el pueblo parecía sumirse  la soledad.
Por aquellos años, fueron muchas familias las que se vieron obligadas a emigrar hacia otras ciudades más prósperas y volvían de vacaciones para las fiestas de los toros, iban con dinero fresco y la alegría de poder disfrutar y gastar en su pueblo.
La juventud, aprendió la palabra ligar, y si ligabas ya era el no va más, pero los ligues de aquel entonces consistía en bailar toda la noche con la misma persona, quizás más pegados de lo habitual y si acaso el robo de un beso.La emoción estaba asegurada, el deseo también, más en eso se quedaba todo, en un deseo que rara vez se llegaba a cumplir.
El primer baile terminaba a las once, a las doce empezaba la segunda sesión y terminaba al rededor de las tres de la madrugada.
Eran cuatro largos días de fiesta, todos mas o menos iguales, el segundo día se decía el día del medio, pues ese día no había espectáculo taurino, y servia para descansar, el último día de fiesta era el de la merendilla, consistía en ir de campo a merendar, las pandillas, unas iban andando, otras en burros y otras en caballo, cada grupo decidían de antemano a donde irían, las chicas invitaban a los chicos a la comida y los chicos se ocupaban de las bebidas y así terminaban las fiestas con penas y deseos  de que el año pasara pronto para volver a vivir momentos tan intensos.
Mª Carmen Díaz Maestre.



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