Recuerdo aquellos días de verano cuando los labradores cosechaban los diferentes cereales. Primero era la siega. En aquel tiempo de los años 60 todavía era penosa aquella labor, el calor era intenso, los hombres trabajaban de sol a sol, tenían que aprovechar todo el tiempo para recoger cuanto antes las cosechas. Podía caer una tormenta de verano y estropearlas. La siega se hacía con la hoz en mano, recuerdo a mi padre como si lo estuviera viendo segar. Iba haciendo los haces que ataba cuando llevaba la cantidad adecuada; todos eran casi iguales, los cargaba en los caballos, uno en cada lado del lomo, otro en el centro, así iban cargados hasta las eras en donde los descargaban y allí formaban las parvas en las que sirviéndose de la trilla hacían la primera separación del grano y la paja.
La trilla era una maquina que tenía tres rulos de madera con cuchillas de hierro incustradas, encina de los rulos separada por unos hierros colocaban una madera de un metro de larga por ochenta centímetros de ancha y sesenta centímetros de alta, aproximadamente, como si fuera un banco, en la parte delantera otra tabla colocada un poco inclinada hacia fuera para que no hubiera peligro; algunas trillas llevaban respaldo otras no. La parva era redonda y plana de unos diez metros de diámetro (calculo yo). Metían la trilla y dos caballos a los que enganchaban con unas correas y unos ganchos a la trilla y así como un carro tirado por caballos iban dando vueltas por toda la parva o palva.
No era cosa fácil hacer que los caballos fueran dando la vuelta alrededor sin que se salieran de dicho círculo, había que tener destreza y maña. La persona que los guiaba se sentaba en la trilla y como si fuera un tiovivo iba dando vueltas y vueltas y se iba cortando y separando el grano de la paja. A mí me gustaba ir a las eras, allí estaba mi padre y mi hermano, recuerdo ese olor de la paja. Por las mañanas a eso de las ocho u ocho y media le llevábamos el almuerzo ya que en aquellos días de la trilla se quedaban a dormir en las eras al cuidado de su cosecha, (tengo en mi mente aquella manta de lana, que pesaba mucho con flecos en los extremos que cuando te rozaba la piel picaba, ponían una manta en un montón de paja y con otra se tapaban, porque las noches a la intemperie, a veces, resultaban frías. A mi también me gustaba quedarme a dormir en la era con mi padre, mi padre nos preparaba en la paja una especie de colchón y me dormía mirando a las estrellas. Aquellas noches de agosto en las que las estrellas fugaces hacían las delicias de quienes las contemplábamos. Recuerdo cuando íbamos a dar de beber a los caballos a la charca, yo montaba con mi padre y pasaba mucho miedo cuando el caballo agachaba la cabeza para beber y sobre todo cuando se adentraba un poco más de lo normal. ¡Era tan bonito ver el cielo cargado de estrellas y allá a lo lejos en el horizonte las luces de colores! Mi padre me decía: “¿ves aquellas luces allá lejos?” yo le decía: “si” y él me decía: “es Cáceres, y allí está Madrid, y aquellas otras luces que se ven es el Casar de Cáceres, y ¿ves aquellas otras luces? Pues es Trujillo.” Y así me distraía para que no pensara en el miedo). El almuerzo, muchos días consistía en unas sopas de tomate acompañadas de higos verdes o negros y un tazón de café con leche con pan frito o sin freír, a veces también llevábamos churros. Cuando llegábamos nosotras con el almuerzo, muchos días ya llevaban dos horas trabajando, aventando con una horca para separar y cribar y dejar limpio el grano de la paja, en esa tarea jugaba mucho el viento ya que si no se movía no podían realizar esa faena, a veces incluso la hacían de noche, pues tenían que aprovechar cualquier brizna, también para hacer la ultima separación se cribaba con la criba, ahí ya se iban haciendo los montones de trigo a un lado y a otro lado la paja. También le llevábamos agua fresca en un botijo de barro cocido, este botijo era redondo y achatado por un lado que servia de base, la boca era estrecha y tenía dos asas pequeñas en las que se solía atar una cuerda para transportarlo. A este botijo se le llama barril. Para que el agua se mantuviera lo mas fresca posible enterraban el barril entre la paja.
Recuerdo un día cuando íbamos mi hermana Memi, mi amiga Tere y yo de paseo por la tarde sobre las seis; hacía un calor horroroso, era domingo, tendría yo ocho años ellas nueve, mi hermana y yo vestíamos siempre las dos iguales, aquel día, vestido blanco, que era con el que hicimos nuestra primera comunión, (era largo pero nos lo cortaron para que lo pudiéramos seguir usando) tela de piqué, las mangas cortas y bullonas o de farol, nos lo hizo una modista. Íbamos caminando y a cada paso que dábamos saltaban los saltamontes o langostos como nosotras le llamábamos. A veces los cogíamos pero enseguida los soltábamos porque nos daban repelús, a mi hermana le gustaba coger mariposas ¡Y que maña se daba! Yo quería cogerlas pero no era capaz no atinaba a coger ni una, si alguna cogía, enseguida la soltaba porque lo mismo que con los langostos me daban cierto repelús. Me gustaba verlas pero no tocarlas. Aquel día yendo las tres cantando (nos gustaba cantar las canciones de Mari Sol, y de Joselito) se me metió un saltamontes por la manga del vestido, ¡Dios, que nervios! Yo notaba el cosquilleo en mi brazo, era una sensación de angustia lo que sentí… no podíamos sacarlo sin quitarme el vestido nos pusimos las tres histéricas, ni mi hermana ni mi amiga acertaban a desabrochar los botones, y temíamos que otros saltamontes se nos metieran por cualquier sitio, todo estaba lleno de saltamontes, al fin mi hermana acertó a desabrocharme y pudimos despachar al vichito quedándonos mucho mas tranquilas, después nos reíamos del susto y de la comedía que habíamos armado. Fuimos a la era del padre de mi amiga, estaba el hombre trillando y como nos gustaba tanto montar en la trilla le dijimos: “tío Narciso, ¿nos monta en la trilla?” él nos dijo venga una por una. Y así las tres montamos en la trilla disfrutando como si estuviéramos en una feria. Después fuimos a la de mi padre, también fuimos en la trilla y así pasamos el domingo, de trilla en trilla disfrutando como si de la mejor atracción de feria se tratara. Muchas tardes íbamos mi hermana y yo a llevarle la cena a mi padre y a mi hermano y mi padre nos dejaba llevar a nosotras solas la trilla, nos decía: “tened cuidado de que no se os vayan los caballos del circulo” pero a veces no podíamos controlarlos y se nos iban un poco fuera y mi padre se nos enfadaba. El problema que había, si se salían, es que se embotaban las cuchillas y entonces no cortaban, por eso teníamos que tener mucho cuidado. Los caballos trotaban alrededor y nosotras cantábamos llenas de alegría aquello de “corre, corre caballito” y además a grito “pelao”.
Cuando el grano de los cereales estaba limpio, lo embasaban en costales de lona muy fuerte y lo llevaban a casa. Esa labor también era muy trabajosa, la cebada la vaciaban en una troje en la parte baja de la casa, pero el trigo lo tenían que subir a los “sobraos” (parte de arriba o buhardilla). La paja también la subían arriba. Esos días se ponía la casa llena de polvo. Afortunadamente no tardaron en hacer el Silo del trigo con lo que después no hacía falta llevar el trigo a casa, lo llevaban directamente de la era al silo.
Al final de la cosecha, se celebraban las fiestas de los toros, estas fiestas empezaban el quince de septiembre y terminaban el día veintiuno con el día de la merendilla; pero de ese día ya hablaremos en otro momento.
Fin
M. Carmen Díaz Maestre
13-6-2008
13-6-2008
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