Sus ojos me miraban apesadumbrados
como pidiéndome perdón por sus fechorías,con ojitos tristes, llenos de amor, y
mi corazón se debatía
entre un abrazo y un castigo.
Triunfó el abrazo
que él, agradeció con su alegría.
¡Pobre Tango!... ¡Le quiero tanto!
que... ¡Qué sería sin él mi vida!
Mª Carmen Díaz Maestre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario