Hace unos años, en una hermosa
primavera, Juan Pedro paseaba por el parque y vio una planta que le gustó, pero
estaba algo mustia.
-¡Que lastima! – Dijo –¡Una
planta tan bonita que se la dejen morir!
Buscó un palo con el que poder
escarbar alrededor de la planta y sacarla de la tierra sin dañar su raíz, una
vez hecho el trabajo, sacó del bolsillo de su pantalón una bolsa de plástico
(siempre solía llevar una cuando salía a pasear, porque decía que nunca se sabe
lo que se puede encontrar) Y con mucho mimo y cuidado puso dentro la planta. Al
pasar por una fuente la regó ligeramente para que no se ahogara pero para que
absorbiera un poquito y se mantuviera fresca. Percibió un esplendido
perfume a frescor, había en la planta
algunos capullos pero ninguna flor abierta. Como él no
conocía su nombre, inmediatamente la bautizó, le puso el nombre de Planta del Amor.
Juan Pedro era un romántico y
cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue trasplantar la flor en su
jardín; la regó y la abonó y limpió sus hojas con mimo y esmero. Estaba feliz
como si hubiera rescatado el mejor de los tesoros, no le dijo nada a nadie, él
se encargaba del jardín y quiso tenerla para él.
Cada día la miraba con amor,
incluso se detenía a hablar con ella como si le pudiera escuchar; crecieron los
capullos y fueron apareciendo unas flores preciosas; a las primeras les iba
poniendo nombres, después cuando una se marchitaba y volvía a salir otra,
repetía el nombre de la que había muerto.
-Hoy se ha abierto la flor de la
ilusión.
Juan Pedro se sentía feliz e
ilusionado. Otro día se abría la del
amor, la de la pasión, la de la paciencia, la de la alegría… así fueron pasando
todos los buenos sentimientos por su jardín.
Pasó la primavera dando paso a un
caluroso verano, pero ¡cuando regaba y miraba aquella planta...! se
acercaba la acariciaba y se llevaba sus dedos a su nariz para percibir el aroma,
parecía que le refrescaba.
-¡Hmmm! ¡que bien hueles, Planta
del Amor, acerté al ponerte ese nombre.- Comentaba Juan Pedro. Le ponía más cuidado que al resto de las
flores, se maravillaba del brillo de sus hojas verdes, de la luminosidad de las
flores, disfrutó de su presencia y no había día que no la mirara, su empeño y
tesón llego al punto de renunciar a otras actividades por estar pendiente de
dicha flor.
Pasó el tiempo y la planta le
seguía alegrando con su color y su perfume, se notaba que la mimaba, ¡estaba
hermosa! El tiempo iba pasando sin apenas percibirlo, pasaron los años, y en todos
hubo alguna vez que la descuidó, pero sus raíces crecieron fuertes y no se resintió, pero poco a poco y quizás sin darse cuenta, Juan Pedro fue descuidándola un poquito, pero la
planta seguía fresca y esplendorosa, él volvía y sintiéndose culpable la
hablaba.
-¡Ay, Planta del Amor! ¿Sabes?,
ayer no pude regarte porque tuve que ir a trabajar muy lejos, llegué tarde,
pero tú sabes que sigues siendo mi planta favorita. –La regaba la acariciaba y así la dejaba sin
pensar que hacía días que no la abonaba.
Moraleja: El amor hay que
cuidarlo regarlo y abonarlo como a una planta, si no se hace así, se corre el
riesgo de que se marchite.
Y colorín colorado este cuento se
ha terminado.
Cada cual que agregue su
moraleja.
Mª Carmen Díaz Maestre.
26/10/2012
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