CUENTO
LA MULETA
Adela era una mujer de mediana edad, tullida y solitaria, no era
solitaria porque ella hubiera elegido la soledad, sino que era así como se
sentía; aparentemente todo estaba bien y todo el mundo la quería y respetaba,
pero ella caminaba doblada y sus pasos eran torpes, se apoyaba sobre un bastón de madera pobre y con
regularidad se rompía y tenía que sustituirlo por otro que le costaba gran
esfuerzo conseguir, incluso a veces se apoyaba en un simple palo carcomido, por
lo que se veía obligada a permanecer encerrada en su soledad y ser una persona
insegura.
Un día de primavera, Adela caminaba casi a rastras por una céntrica
calle de su ciudad, cuando vio en el escaparate de una ortopedia, una muleta de
madera noble y resistente, con gran esfuerzo se irguió como buenamente pudo y como una bandera recién desplegada, movida
por un viento suave, entró en el
establecimiento. Allí un dependiente la saludó con una amabilidad a la que no
estaba acostumbrada y una sonrisa que la encandiló. Le miró directamente a los
ojos y supo que él era así y no fingía. El hombre era de una edad aproximada
a suya, y pudo comprobar que también él rengueaba un poco, quizás por
eso, por primera vez en mucho tiempo, empezó a sentirte más segura de sí misma.
El dependiente le preguntó: -. ¿Que desea usted?
-.Una muleta en la que poder apoyarme sin riesgo a que se parta y
vuelva a caer una u otra vez. –respondió ella con cierta timidez.
Higinio, que así se llamaba el hombre, sacó de una vitrina diferentes tipos
de muletas, para que ella pudiera elegir la que más le gustase, a ella le gustó
una que era demasiado cara, no tenía suficiente dinero para poder pagarla, pero
él le dijo:
-. No se preocupe señora, yo no necesito ese dinero para comer y usted
necesita una buena muleta para caminar. Llévesela y no se preocupe.
A Adela, que aún le quedaba cierto orgullo y no consentía que nadie le
regalara nada por caridad, le dijo con
dulzura:
-. Me llamo Adela, volveré para pagar lo que me falta.
-No se preocupe. Yo me llamo Higinio.
Se dieron un apretón de manos y la mujer se despidió apoyada en su nueva
muleta.
Desde aquél día en que Adela fue otra, aunque con su cojera, caminaba
segura, esa muleta fue su principal apoyo durante muchos años, pero como nada
es eterno, un día, también de primavera cuando la mujer caminaba segura y
feliz, cuando se había olvidado de la soledad, cuando parecía que esa muleta
nunca se rompería… ¡Crujió!, Adela tembló, si se rompía su principal apoyo…
¿Qué sería de ella? ¿Volvería a tener que caminar a rastras? Ella no tenía dinero para comprar
otra pero no quería que nadie más la viera hundida. Su corazón latía
velozmente, una angustia se apoderó de ella, se le alteró el sueño, por lo que
no podía descansar, de sus ojos no salían lágrimas, más, su corazón se quebró
con el crujir de su muleta. Ahora Adela no se atreve a apoyarse en ella, tiene
miedo a que se rompa del todo y caer de bruces y no volver a levantarse; tiene
el alma destrozada y vive con la incertidumbre de si tendrá arreglo para seguir
siendo su apoyo.
Al día siguiente de crujir la muleta, Adela se levantó muy temprano, la
cogió y acariciándola la miró una y otra vez, no sabía qué hacer para poder
llegar hasta la ortopedia sin que se le rompiese del todo, se sentía angustiada
e insegura, sus pensamientos eran todos negativos: -Y si se parte cuando vaya
caminando por la calle? Me caeré y… si me rompo una pierna… ¿Qué puedo hacer?
–¿Por qué ha tenido que pasar esto ahora que me sentía feliz y segura? Miró una
vez más la muleta, la tanteó para ver si sería posible llegar hasta la
ortopedia sin que se produjera ningún accidente, pero para asegurarse la
envolvió por la zona en que estaba quebrada, como si vendara una pierna herida.
Después de asearse y vestirse con esmero, salió de casa y se encaminó
hasta dicho establecimiento; pero cuando llegó, se encontró que en la puerta
había un letrero en el que se leía: VOLVERÉ
EN UNA HORA. ¡Una hora! Para Adela una hora era demasiado tiempo, no sabía
qué hacer, la inseguridad florecía una vez más y empezó a invadirle una
profunda tristeza. Cruzó la calle para llegar hasta un parquecito y se sentó a
esperar. Si hubiera estado bien, hubiera disfrutado con el canto de los
pajarillos, con el ir y venir de la gente y el olor a churros que llegaba de
una cafetería cercana. Si hubiera estado
bien hubiera entrado a desayunar a esa cafetería y hubiera disfrutado del sabor
de un chocolate caliente con churros. Pero no; no le apetecía nada, estaba
absorta en sus pensamientos y miraba sin ver. ¡Qué mal se sentía! Miró tantas
veces el reloj en su móvil y tan largo se le hacía el tiempo que se levantó y
caminó de un banco a otro indecisa si volver a sentarse o no. Volvió al primero
de los bancos en que se había sentado y se acomodó, cogió la muleta y volvió a
examinarla y ajustó el vendaje; un hombre que pasaba por allí la miró con
cierto descaro y sonrió, no dijo nada, pero Adela empezó a sentir que las
mejillas le ardían, sintió vergüenza y la soltó sobre el banco, pero sus manos
no podían estar quietas, la volvió a coger y empezó a garabatear con ella en la
tierra frases repetidas: eres mi apoyo, sin ti me derrumbo.
Miró por última vez la hora, ¡Por fin solo faltan cinco minutos! Se pone
en camino y al llegar a la tienda, ya está abriendo el dependiente.
-.¡Buenos días, Adela! ¿Qué le trae por aquí?
-.Buenos días, Higinio, pues que estoy muy angustiada porque ayer oí
que crujía mi muleta. Respondió Adela nerviosa.
-.A ver, ahora en unos minutos la miraré, siéntese que enseguida la
miramos, deme unos minutos para poner mis tareas en orden.
-No se preocupe, tómese su tiempo.
Adela era educada y por eso dijo eso, pero en su interior la
impaciencia la recomía y hubiera querido decirle. –Dese prisa, ¿no ve la que
angustia me ahoga?
Cuando al fin volvió Higinio abrochándose su bata blanca le dijo:
-.Vamos a ver qué es lo que le pasa a esta muleta.
Al ver el vendaje que la mujer había hecho, la miró con una sonrisa, y
al igual que le pasó en el parque, Adela se sonrojó y dijo con timidez:
-.Tenía miedo de que se partiera en mitad del camino y me pudiera caer…
-¡Ah, no se preocupe! Está bien.
El hombre examinó minuciosamente la muleta, la limpió con un ungüento y entregándosela le dijo:
-.Está todo bien, no hay riesgo de que se parta.
-.!Pero yo la oí crujir!
-.No digo que no, pero la madera a veces cruje sin que por ello sufra ningún
quebranto.
-.Fue como un lamento, como un quejido.
-.Sí, lo sé, pero está todo bien, puede seguir caminando apoyada en
ella, sin miedo. De todos modos, sabe que algún día pudiera partirse, porque
nada hay eterno.
Adela lo mira, quiere fiarse de él, pero sale del establecimiento con
muchas dudas, sigue teniendo miedo, y ahora tiene la certeza de que algún día
se romperá, a pesar de que Higinio le ha dicho que por ahora está todo bien. ¡Pero
cuando la compró, creyó que era para siempre! La mujer intenta caminar con la
misma seguridad que el día que la adquirió, intenta mostrar alegría, pero aún
siente angustia, camina y al pasar por un banco que hay en la acera, se sienta
y revisa la muleta, no ve grieta alguna y piensa: -. ¡Dios, como estuve tan preocupada cuando
la oí crujir que hasta me pareció ver una pequeña raja! Ahora no la veo, ¿Será
que se ha tapado con el ungüento que le ha untado Higinio? – se levanta y
camina sin querer pensar en nada, intenta disfrutar de todo lo que ve a su paso,
cuando llega a su casa está más tranquila, casi feliz.Eso sí, ahora es sabedora de que un día puede ser que se rompa, pero ha
decidido no pensarlo y disfrutar de todos los buenos momentos que, gracias a
esa muleta pueda vivir.
FIN.
Mª Carmen Díaz Maestre.
7/4/2014
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