martes, 13 de marzo de 2012

(RELATO) EL CABALLO DE ESCOBA ( CRISTINA)

Ficción.
Aquella tarde no era como las demás; Cristina estaba nerviosa, el tiempo se le hacía largo y angustioso, su cabeza no podía pensar, solo veía aquella charca con apenas unos litros de agua turbia en la que Antoñito murió ahogado. Ella lo vio la primera,  vio como el niño corría en su caballo de escoba hacia aquel lugar, lo vio caer, quería gritar mas la voz se  ahogó en su garganta igual que Antoñito en aquella charca, corrió hacía el chiquillo con la esperanza de sacarle con vida, y con el corazón jadeante le hizo la respiración boca a boca, ella lo intentó todo, ¡todo! pero todo fue inútil, Antoñito estaba azul y su corazoncito no latía, lo arropó con su chaqueta de lana y le acunaba con la mirada perdida. Así la encontraron al cabo de  dos horas del fatal accidente, sin expresión en el rostro, sin lágrimas en sus ojos, continuaba meciendo al niño. El Juez de Paz ordenó a un policía que cogiera a la criatura y este se  la arrancó  de sus brazos y se lo entregó al Medico Forense; el cual lo depositó en una camilla que fue transportada por los camilleros hasta la ambulancia que le llevó hasta el hospital. Ella continuó sentada sobre la hierba mojada hasta que una mujer la agarro del brazo y le dijo: -¡Anda, que la has hecho buena!, Cristina la miró sin verla y se dejo guiar  hasta el coche policial, cuando llegaron a comisaría la condujeron hasta  una sala que nunca antes había visto, allí la hicieron sentarse le dieron un vaso de agua que no bebió y cuando el policía le preguntó ella quería hablar pero no le salía la voz, la voz de Cristina se ahogó, se ahogó como Antoñito, pero no podía decirlo, el policía le preguntó: ¿Por qué lo has hecho?.La mujer abrió los ojos, unos ojos desorbitados y ni las lágrimas quisieron salir en su defensa. La llevaron a una celda y allí se sentó en la cama sin entender nada de lo que ocurría a su alrededor. Llegó la noche y no quiso cenar, quizás ni vio la cena que le llevó una agente, a la mañana siguiente estaba tumbada en la cama como un harapo, y allí quedó sin libertad,  en una cárcel  por un delito que no cometió y en  la cárcel de su propio cuerpo quedó su voz presa  por algo que no hizo y que nunca podría contar lo sucedido; ¡No pudo gritar!

Mª Carmen Díaz Maestre

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