Después de tantos años cerrada aquella puerta, decidí abrirla; entré en la habitación frígida y oscura, abrí la ventana y vi las telarañas que se extendían por los rincones de la estancia, recorrí con la mirada, cada pared, cada objeto y vi que allí en el mismo estante del escritorio permanecía la vieja maquina de escribir enfundada en el plástico gris.
La puse arriba en el escritorio y mis huellas quedaron impresas sobre la funda llena de polvo. Saqué la maquina y acaricié las teclas una a una, introduje un folio blanco y cerré los ojos; mis dedos empezaron a teclear como si nunca se hubieran apartado de aquellas viejas teclas, y escribieron (mientras yo soñaba) este relato.
La sensación que me dio fue la misma que escuchar la música de Mozart y por un momento fui feliz.
M. Carmen
28-7-2008
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