sábado, 14 de junio de 2008

TRES PARA SER FELIZ



Ellos, estaban allí, los dos esperando ser acariciados.
Ella, indecisa. Sus dedos temblorosos querían acariciarlos, pero algo se lo impedía.
La mente la tenía bloqueada, un remolino de ideas fluían de ella, pero eran tan mezcladas que no podía plasmarlas.
Ella quería tocarlos, los necesitaba como se necesita comer, para ella eran el alimento del alma, pero sin embargo no podía llegar hasta ellos. ¿Qué le pasaba? La atraían como un imán, pero cuando se acercaba, era repelida por otra fuerza mayor. ¡No entendía nada!
Se sentó en el sillón, cerró los ojos e intentó poner su mente en orden. Así permaneció por el espacio de una hora. Cuando abrió los ojos, ellos seguían allí, intactos. Se levantó del sillón, fue hasta el escritorio. Entonces sí pudo acariciarlos, pasó sus dedos (ahora firmes) por el folio blanco inmaculado, que la invitaba a que dejara en él su huella. Después miró al bolígrafo, él estaba esperando que lo cogiera entre sus dedos y le ayudara a descargar esa tinta que le estaba doliendo dentro; él necesitaba que ella manchara ese folio blanco, quería ser él quien dejara impresa la huella que ella llevaba en la mente.
Se sentó con ánimo, y los tres, en el silencio (roto por el alegre piar de algún que otro pajarillo) y la tranquilidad que ofrece la soledad, disfrutaron enormemente y llegaron al máximo placer.
M. Carmen
13-6-2008

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